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Galería Fotocreativa
La ofrenda de Día de Muertos: Una conexión entre la memoria y el arte de recordar

La ofrenda de Día de Muertos: Una conexión entre la memoria y el arte de recordar

 

No solo es luz y color, es el susurro de los muertos diciendo

‘gracias por recordarme’

 


POR MAURICIO ANGELES


Cuando los muertos y la memoria caminan de la mano


Cada año, el 1 y 2 de noviembre, las puertas del inframundo se entreabren, y las almas de nuestros seres queridos hacen su entrada triunfal en un desfile cargado de cempasúchil, pan de muerto y recuerdos. ¿Y quiénes somos nosotros para no recibirlas como se merecen? El Día de Muertos no es una simple tradición, es un acto de amor, una fiesta para aquellos que ya no están y, al mismo tiempo, para los que aún estamos aquí.

Esta fecha no solo invita a colocar ofrendas, sino a transformarlas en arte puro. Podría afirmar que – el altar es más que un objeto lleno de flores y fotos; es una galería emocional donde la nostalgia y la creatividad se abrazan familiarmente – Fotografiar estas maravillas no solo capta lo que vemos, sino lo que sentimos.


Altares que gritan amor y recuerdan eternidades


Ahí está el altar, imponente como un escenario de teatro, con todos los elementos en su lugar, cada uno desempeñando su papel. Las fotografías de los difuntos observan desde lo alto como reyes benevolentes, rodeadas de velas que parecen susurrarles el camino a casa.

 

Ven, aquí estamos, esperando con pan calientito y una cerveza que todavía tiene tu nombre grabado en la lata-, parecen decir.

 

Cempasúchil: las estrellas del camino

El cempasúchil no es solo una flor, es el Juan Gabriel del Día de Muertos: la estrella más brillante, irresistible y llena de significado. Sus pétalos parecen iluminar el camino como un GPS celestial que guía a las almas perdidas. Y su aroma, ¡ay, su aroma!

 

Es como si la memoria tuviera un perfume, uno que nos transporta a los días felices y a los abrazos que ya no podemos dar.

 

Papel picado: el baile del viento

El papel picado, ese maravilloso lienzo perforado, flota en el aire como un espíritu juguetón. Sus colores vivos gritan alegría, mientras sus figuras recortadas cuentan historias que solo el viento puede interpretar. Cuando el papel se mueve, parece reírse, como si un alma bromista estuviera jugando a las escondidas entre las líneas del altar.

 

Capturar el papel picado en movimiento es como intentar fotografiar el alma misma.

Es frágil, escurridizo, pero cuando lo logras… ¡es pura magia!

 

Pan de muerto: la corona del altar

Ah, el pan de muerto. Con su forma redonda y su decoración de huesos azucarados, no es solo un alimento, es una obra maestra horneada. Es el centro del altar: todos lo miran, todos lo desean, todos saben que sin él, el show estaría incompleto.

 

El pan de muerto no solo se come, se respeta. Es el símbolo del ciclo de la vida, un recordatorio de que, aunque nos vayamos, siempre habrá un lugar en la mesa para nosotros.

 



Ofrendas que cuentan historias y despiertan memorias


Cada altar tiene su propia personalidad. Uno lleva mole y tequila porque el difunto era un alma fiestera que amaba la vida. Otro tiene dulces, juguetes y flores porque la muerte no distingue edades. Cada uno es una carta de amor visual que dice:

 

Te extraño, pero aquí sigo, cuidando tu recuerdo.

 

La temporada previa al Día de Muertos no solo es un momento para tomar buenas fotos, sino a ser mejores personas. Esta tradición nos recuerda lo que de verdad importa: las conexiones, el amor y las historias que compartimos. Y en la fotografía, cada imagen es un puente entre el pasado y el presente.

Los altares se convierten en galerías, los cempasúchiles en guías espirituales, y el pan de muerto en sabiduría ancestral. Cada elemento es un actor en esta gran obra que celebramos cada noviembre, y los fotógrafos tienen el privilegio de ser los cronistas de esta puesta en escena que nos hace inmortales.


Cuando la memoria se vuelve arte

El Día de Muertos nos muestra que la vida y la muerte no son opuestas, sino compañeras de un viaje. Y en cada altar, en cada flor y en cada fotografía, podemos sentir esa danza eterna.

 

Mientras recordemos a quienes amamos, nunca se habrán ido del todo.

 

Así que la próxima vez que veas un altar, detente, respira y deja que te hable. Quizás te cuente un secreto, una historia o un recuerdo que creías perdido. Y si tienes una cámara, no dudes en capturarlo. Porque en el arte de recordar, todos somos protagonistas.


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