La ofrenda de Día de Muertos: Una conexión entre la memoria y el arte de recordar
Profesor Mauricio Ángeles:
Cada año, el Día de Muertos nos recuerda que la muerte no es una despedida definitiva; es un reencuentro.
En las fiestas mexicanas, esta tradición que considero es la que mas nos representa, nos invita a abrazar el recuerdo de nuestros seres queridos a través de un altar, que es a la vez es íntimo y colectivo. El día de Muertos los conecta con una parte de sí mismos que va más allá de la técnica fotográfica; les enseña a contar historias con una sensibilidad especial. Y para muchos de ellos, captar la esencia de una ofrenda se convierte en una lección sobre el poder de la memoria y el valor de la tradición.
El altar: una galería del recuerdo
La ofrenda de Día de Muertos es un altar cargado de simbolismo y amor. Su estructura, que puede tener dos, tres o incluso siete niveles, busca representar distintas dimensiones de la vida y la muerte: el cielo y la tierra, o el paso hacia la eternidad. Es un acto ritual, pero también profundamente artístico. Es un espacio donde cada elemento —desde la fotografía del difunto hasta las velas— está pensado para guiar y honrar a los que ya no están. Los estudiantes que llegan a mi academia suelen ver la fotografía como una herramienta de autoexpresión, pero al descubrir su lugar en el altar, entienden que una imagen es también un lazo entre generaciones, una manera de mantener vivos los recuerdos.
Este cambio de perspectiva es importante. La foto de alguien en el altar no es solo un retrato, es un símbolo de amor y recuerdo que nos invita a conectarnos, a ver más allá de lo físico. Recuerdo a una estudiante que capturó un altar con una fotografía de su abuelo. Al mostrarla, compartió cómo, al mirar esa imagen, le parecía que él volvía a estar presente, que la memoria no era solo algo abstracto, sino algo que se podía sentir.
Cempasúchil y papel picado: un camino sensorial hacia el recuerdo
La flor de cempasúchil, con su vibrante color amarillo y su fragancia, tiene un simbolismo que va directo al corazón de esta tradición. Se cree que su olor y su color ayudan a guiar a los muertos en su regreso al mundo de los vivos. Los pétalos de cempasúchil, que muchas familias colocan formando un sendero hacia el altar, son casi un lenguaje visual que da la bienvenida a los que ya se fueron. He visto cómo mis estudiantes capturan el impacto de estos pétalos en sus fotografías, logrando que hasta el espectador pueda imaginar el aroma y la textura del cempasúchil en sus manos. Es un recordatorio de que recordar no es solo pensar, sino revivir desde todos los sentidos.
El papel picado, por su parte, tiene un papel especial en el altar. Sus colores vivos y figuras recortadas simbolizan el aire y la alegría de la festividad, algo tan esencial en esta celebración. Además, el movimiento ligero del papel picado en el aire agrega un toque de vida, como si fuera un recordatorio de que el altar está «vivo». Hay algo casi mágico en capturar el instante en que el papel se mueve con el viento, como si el alma de alguien querido estuviera justo ahí. Para mis estudiantes, ese es un momento poderoso, porque en el acto de capturar la imagen sienten, aunque sea por un instante, que el tiempo se detiene y la persona recordada está cerca.
Pan de muerto y alimentos favoritos: detalles que hablan de amor
Otro de los elementos más conmovedores de la ofrenda es el pan de muerto, que con su forma circular y sus detalles que imitan huesos, simboliza el ciclo de la vida. No es solo un alimento, es un pedazo de historia y un tributo a quienes ya no están. Muchas veces, al hablar de la ofrenda con mis estudiantes, les explico que cada uno de estos elementos culinarios no es un simple adorno, sino un detalle cargado de afecto y significado. En la fotografía, el pan de muerto se vuelve casi un personaje; al observarlo, uno entiende que es algo más que pan, es el recuerdo convertido en algo palpable y cálido.
Además, se suelen colocar alimentos y bebidas que eran los favoritos del difunto. Aquí es donde cada familia imprime su toque personal y donde, al acercarnos, podemos conocer un poquito de la persona que honran. Este detalle nos recuerda que el Día de Muertos no es una celebración genérica, sino una de las más íntimas y personales que existen. Para un fotógrafo, capturar estos elementos es una oportunidad de contar la historia de alguien, de mostrar quién era esa persona, qué le gustaba, cómo vivía.
Una lección para los creadores y para la vida
La ofrenda de Día de Muertos tiene mucho que enseñar, no solo sobre nuestra relación con la muerte, sino también sobre cómo honramos lo que importa. Esta tradición me ha ayudado a transmitir a mis estudiantes el valor de los detalles, tanto en la vida como en el arte. Les enseña a ver más allá de la superficie, a observar cada objeto, cada color, cada aroma, y entender su peso en el todo. Cada fotografía que hacemos es una forma de rendir homenaje, un tributo, un acto de amor que puede trascender el tiempo.
Cada año, invito a mis estudiantes a fotografiar ofrendas de Día de Muertos, salimos a cazar alebrijes o catrinas. No se trata solo de documentar la festividad, sino de adentrarse en sus propias historias y en las de los demás. Les digo que cada imagen es una oportunidad de hacer visible lo invisible, de recordar que la creatividad es una forma de conectar con el pasado y mantenerlo presente. Les pido que se tomen su tiempo, que miren con cuidado y que se dejen llevar por la atmósfera de cada altar. En cada uno de esos espacios hay una historia esperando ser contada, un recuerdo esperando ser traído a la vida.
El Día de Muertos es un recordatorio de la importancia de la memoria. Y en cada fotografía, en cada altar, tenemos la oportunidad de celebrar a quienes ya no están con nosotros, mis abuelos, mi familia, mis amigos queridos, tendrán vivo su recuerdo, mientras estemos quienes los recuerde, así nunca se habrán ido del todo.
— 000 —