Longyearbyen: La ciudad donde el sol no sale
POR MAURICIO ANGELES
El drama helado de Longyearbyen a las 11 de la mañana
Hay algo épico y conmovedor en contemplar una fotografía de Longyearbyen tomada a las 11 de la mañana, en pleno corazón de la noche polar. Esa imagen, vestida con sombras azules profundas y siluetas tímidas de casas y montañas, nos arrastra hasta el confín del mundo: el archipiélago de Svalbard. Aquí, en el extremo norte, el sol se toma una licencia poética desde noviembre hasta finales de enero, negándose a cruzar el horizonte. Por ello, los 2,000 habitantes de Longyearbyen viven semanas envueltos en un manto oscuro, iluminados apenas por luces humanas, auroras boreales y una tenue caricia de luz que parece más un murmullo que un grito diurno.
Un día sin sol, pero lleno de vida
En la fotografía se escucha el silencio, un silencio tan denso que casi puede tocarse. Las calles yacen en penumbra, las ventanas emiten un suspiro de luz cálida, y el aire helado danza sobre el suelo con un gélido susurro. En Longyearbyen, las palabras «día» y «noche» se vuelven simples metáforas. A las 11 de la mañana, la oscuridad sigue reinando, pero la ciudad sigue latiendo. Aquí, la noche polar es una ópera en la que el telón nunca se levanta, pero los actores siguen interpretando con dignidad y pasión.
Auroras y comunidad: el resplandor en la penumbra
En este teatro de sombras, la naturaleza no se queda callada. Las auroras boreales toman el escenario, pintando el cielo con pinceladas de verdes, morados y rosas. Es como si el cosmos decidiera regalarnos un espectáculo de consuelo, un recordatorio de que, incluso sin el sol, hay belleza más allá de lo imaginable.
Mientras tanto, los habitantes de Longyearbyen no solo sobreviven; prosperan. Los niños van a la escuela, las tiendas abren, las risas llenan los cafés, y la comunidad se une en un abrazo cálido que vence al frío. Uno de los momentos más gloriosos es el Festival del Sol, cuando los primeros rayos regresan después de meses de ausencia. La fotografía de Longyearbyen, tomada en plena noche polar, no es solo una imagen; es un testamento de que incluso en la penumbra más densa, la vida brilla con un coraje inquebrantable.
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