El amor está en el aire: la fumarola del Popocatépetl nos recuerda la esencia de la tierra viva
Por la mañana del jueves 24 de octubre de este 2024. El Popocatépetl, tan imponente como siempre, decidió regalarnos una de esas postales que solo la naturaleza puede dar. En medio de su actividad constante, una fumarola en forma de corazón se elevó desde su cráter, generando un revuelo entre quienes observan y conviven con el volcán a diario. Este instante fugaz, capturado por cámaras de monitoreo y celulares de vecinos, se convirtió rápidamente en viral. No era solo una columna de vapor; era un símbolo, una especie de gesto amable en medio de la naturaleza inquieta de «Don Goyo», como se le llama con cariño y respeto en las comunidades cercanas.
La imagen de esta fumarola en forma de corazón no fue solo curiosa o anecdótica. Para muchos, este corazón fue un mensaje desde la naturaleza, una reafirmación de que el Popocatépetl es más que un gigante dormido o una amenaza latente. Desde tiempos prehispánicos, la figura de este volcán ha sido símbolo de resistencia, leyenda, y protección. La figura de “Don Goyo” es tan cercana que no parece extraño pensar que, a través de esa fumarola, el volcán haya querido enviarnos un mensaje, como si estuviera mostrando el rostro más sereno de su fuerza.
Un símbolo del amor y respeto hacia la tierra
Esa silueta en el aire es algo más que un capricho de las nubes o del viento. En el centro de México, el Popocatépetl no solo forma parte del paisaje, sino también de la identidad de la región. Su imagen forma parte de historias, leyendas y, desde luego, de la vida cotidiana de quienes lo observan de cerca, de quienes sienten sus rugidos y ven sus fumarolas, que normalmente no tienen forma de corazón, pero sí de advertencia. Hoy en día, la actividad de «Don Goyo» es monitoreada constantemente debido a su impacto potencial, y sin embargo, sigue existiendo una relación emocional, un respeto profundo hacia este coloso. Es un recordatorio de nuestra conexión ancestral con la naturaleza, de nuestro lugar en un mundo que no controlamos.
Para muchos, el corazón en el cielo es un augurio positivo, una especie de regalo. No es raro ver cómo la naturaleza, de formas inexplicables, logra sorprendernos y crear momentos que parecen tener un propósito, como si la tierra intentara reconfortarnos, recordarnos que, a pesar de su poder y peligrosidad, también puede ser gentil. Este corazón en la fumarola parece una invitación a recordar que estamos en una relación simbiótica con el planeta, y que esa relación necesita cultivarse con el mismo respeto y amor que mostramos hacia los demás.
“Don Goyo” nos recuerda nuestra conexión con la tierra
Ver al Popocatépetl lanzar una fumarola con forma de corazón, efímera como el mismo amor, me hace pensar en cómo este gigante, al que cariñosamente llamamos “Don Goyo,” es más que una montaña en erupción. Su actividad, que tanto respeto y, a veces, temor infunde, también es una muestra de su vida, un recordatorio de que la naturaleza respira junto a nosotros. En un instante que no duró más de unos segundos, el volcán pareció mandar un mensaje desde las alturas, un guiño a nuestra humanidad, un llamado a recordar que somos tan frágiles y fugaces como las formas de sus fumarolas.
La leyenda que envuelve al Popocatépetl y al Iztaccíhuatl, eternos amantes petrificados, hace que ver estas imágenes cobre un sentido especial. Como aquel guerrero que vela el sueño de su amada, el Popocatépetl ruge, respira, exhala… y en un instante, esa exhalación en forma de corazón nos recuerda el vínculo eterno entre la vida y la muerte, entre el amor y el sacrificio.
Quizás, en nuestra vida moderna, entre notificaciones y prisas, hemos olvidado la belleza de lo efímero. Tal vez esta señal que nos envía Don Goyo es una invitación a detenernos, a recordar la grandeza que habita fuera de nosotros. Esa fumarola, celebrada y compartida en segundos en redes sociales, desapareció igual de rápido, dejándonos solo la imagen, la sensación de haber presenciado algo único.
A veces, la tierra misma encuentra maneras poéticas de recordarnos nuestra conexión profunda, ancestral y esencial. Quizás, en ese “te quiero” fugaz del Popocatépetl, resuena un eco de amor y respeto que deberíamos devolverle a la naturaleza, recordando que ella, aunque imponente y feroz, también guarda algo de nosotros.
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